INVESTIGACIONES
Pontificia Universidad Javeriana
Laboratorio de Laban Análisis
Carlos Santiago Pinto Rincón
Noviembre 2021
Mi Instinto Animal
Los ojos me ardían, así que me dediqué a lubricarlos parpadeando varias veces seguidas y de un momento a otro me hiperventilé, sin explicación me arrodillé y luego llegué a los cuatro apoyos tratando de entender qué estaba pasando. Paulatinamente fui recuperando mis fuerzas a través de respiraciones, abrí los ojos y me observé: tenía un peso liviano, activando el abdomen y las lumbares podía equilibrar mi peso y pensé que, debía ser gracias a las respiraciones que sentía un flujo contenido. Mientras equilibraba mi cuerpo con la gravedad decidí hacer la posición de “niño”, seguidamente apoyé los metatarsos dejando que mi peso me impulsara a apoyar las palmas de los pies, subiendo la cadera desde el sacro hasta la cervical con un tiempo muy sostenido, después de tener conciencia de mis esfuerzos analicé mi espacio con una dirección corporal directa y mi cuerpo sabía lo que quería, era como si automáticamente se estuviera moldeando desde adentro, puesto que me sentí con mucha energía sin necesidad de sacudirme fuerte.

«La conciencia corporal en los animales no es simplemente un mecanismo de adaptación física, sino una respuesta compleja que involucra tanto procesos fisiológicos como conductuales. Los animales, desde los mamíferos hasta los insectos sociales, tienen una profunda conciencia de su propio cuerpo que les permite no solo reaccionar ante estímulos internos como el hambre o el dolor, sino también gestionar las amenazas externas que ponen en riesgo su supervivencia. Esta capacidad de ‘sentir’ y ‘responder’ a las condiciones de su entorno es fundamental para su adaptación y para maximizar sus posibilidades de sobrevivir frente a depredadores o condiciones adversas» (García, 2019, p. 45).
Este texto evoca lo que viví durante esa experiencia de exploración corporal, el adaptarse a los otros animales y ver como el espacio también se adaptó a nosotros, me hizo sentir las amenazas en los otros, la necesidad de huir, esconderme, correr, cazar, entre muchas otras acciones que me ayudaron a sentir el instinto que tenemos los seres humanos en nuestro ADN: la supervivencia.
Continuando con mi relato, giré mi cabeza y al otro lado vi a un animal sosteniendo una especie de hueso de dinosaurio con puntos que brillaban y con unos hilos metálicos, noté que unos dedos de su mano derecha tocaban el hueso gigante como si lo estuvieran rascando, su mano izquierda presionaba el hueso con 4 dedos espichándolo, lo cual me trajo una imagen de presionar los dedos de los pies contra los musgos verdes en un bosque encantado. Sus dedos eran demasiado súbitos y livianos llevándolos a donde quería de forma directa, pero lo que me dejó sin aliento es que el resto de su cuerpo estaba fluidamente sostenido y liviano moviéndose de lado a lado. Fue una complejidad armónica, de esas que solo se encuentran en la naturaleza.


Al terminar de analizar mi Kinesfera decidí observar lo que se encontraba a mi alrededor y me percibí como si estuviera en una celda de un zoológico rodeado de diferentes cuerpos de animales con corteza cerebral. Todos en un espacio amplio como de 25 metros cuadrados, nuestras pieles estaban envueltas en lana y cuero haciéndome sentir pegajoso, los otros estaban moviendo el cuerpo de una manera muy extraña y hasta me sorprendí de que nos podíamos parar en dos “patas”. Lancé mi mirada hacia abajo y vi a una especie de pescado muerto tragándose mis pies, lo más increíble es que ese pescado se sentía deshuesado así que tocarlo era tan cómodo como meter las piernas dentro de la bolsa de una mamá canguro. De igual forma, me embobé viendo a un animal extraño que movía todo su cuerpo de manera indirecta a excepción de sus pies que estaban tan pegados al suelo que parecía que alguien estuviera agarrado de ellos mientras caían por un abismo. Fue asombroso ser espectador de los movimientos de este animal, su tiempo era súbito como si estuviera esquivando el viento, no dudaba de su flujo libre sin dejar de lado su peso firme.
El espacio donde desperté tenia una sola salida que permanecía abierta y cerrada, todos éramos libres de estar adentro o afuera como una especie de libre albedrio. Sin embargo, me pregunté si ¿existe el libre albedrio en los animales? Según la filósofa y teóloga alemana Edith Stein: “El movimiento es estrictamente iniciativa de “la parte de dentro” del animal; esto no significa que se trate de libre albedrío o de voluntariedad. ¿Qué quiere esto decir? Que el movimiento animal, auque nazca de dentro cuenta con ciertas leyes naturales que parecen como inscritas en aquello que constituye a cada animal preciso. Así, el vuelo del mosquito y el vuelo del pájaro o la de la vertiginosa gaviota, cada uno es vuelo, pero todos ellos se efectúan de modos distintos y por seres también distintos; por ello, bajo condiciones y de acuerdo a leyes distintas. Esto de las leyes naturales no debe hacer creer que se trata de mecanismos cuasi legales.” Ante lo cual, estoy completamente de acuerdo y me llena de curiosidad, pues la forma y el sentirme como un animal nunca serán tan suficientes como el reaccionar instintivamente gracias al modo supervivencia generado por la misma naturaleza. No obstante, como actor, bailarín y ejecutante, mi cuerpo se presta para sentir a través de las acciones, creando una verdad para mí mismo y hacia el otro. En el caso de mis compañeros ya no éramos solo un grupo pasamos a ser manada. Ante los ojos de los demás siempre seremos humanos, pero el vivir a profundidad y con compromiso (corporal, menta y vocal) nos permitirá vivir cualquier animalidad existente.

Al fondo vi a otro animal sentado sobre un palo con plataforma de color negro, ese animal sostenía dos palos en las manos y pisaba una especie de pedales con sus dos pies, sus brazos iban muy súbitos al igual que sus piernas al pisar, su peso estaba muy distribuido, porque lograba levantar los pies y daba el apoyo en su cadera firmemente, pero en cambio su cabeza llevaba un flujo libre, ya que se veía muy alegre y tranquilo mientras lo ejecutaba. En la animalidad del cuerpo reside una complejidad paradójica: como los grandes simios, que parecen ligeros y libres al balancearse entre los árboles, a pesar de ser más pesados que un humano. Esa tensión entre lo que aparentan y lo que son refleja una profunda capacidad de adaptación, recordándonos que la naturaleza no busca la simplicidad, sino el equilibrio en lo diverso.
De repente, me crucé con un animal muy extraño, estaba estático con una postura de tornillo, con los pies cruzados y las palmas de las manos juntas y entrelazadas por los dedos, su mirada era excesivamente súbita, pero su cuerpo estaba firme. Pensé que tenía un poco de miedo al ver a otros animales enloqueciéndose. Sin embargo, continué observando y mi extrañeza se convirtió en pura curiosidad y encanto, pues me di cuenta de que poseía un flujo indirecto, mientras se movía con tranquilidad y calma, pasaba su peso sobre la mayoría de los apoyos que el cuerpo pueda tener, su peso era tan liviano que daba la sensación de ser una pluma, se veía libre y creo que se sentía, muy velos este animal pensé que seria bueno hiendo a cazar sus presas de forma sorpresiva.
Por último, vi a un animal diferente. Era supremamente veloz y súbito, corriendo por toda la celda, dejándose llevar por la gravedad pero siendo liviano. No entendía cómo lo hacía: era ligero al moverse, pero sus apoyos eran firmes, su flujo contenido irradiaba una fuerza inmensa. Era decisivo con su espacio, y su conexión con los sentidos era algo hipnótico: activaba sus sentidos, fijaba su mirada en un punto y se lanzaba hacia él con determinación, sin titubeos. Lo que más me impresionó fue su capacidad corporal, distinta a la de nuestra raza: se desplazaba con la estabilidad de cuatro apoyos, en perfecta sintonía con su entorno.
Después de observar y analizar mi kinesfera —mi espacio, mi cuerpo y mi tiempo— y la de los demás, cerré los ojos, respiré, y dejé que mi danza siguiera. Pero ya no era una danza normal y ya nunca más volvería a serlo, pues mi animalidad me seguirá en cada uno de mis haceres, porque “el animal siente lo que le pasa en, dentro de y con su cuerpo” (Mora, 2004, p.70) y eso es precisamente lo que necesito y quiero para todo mi arte.
BIBLIOGRAFÍA
García, L. (2019). La conciencia corporal en los animales y su relación con la supervivencia. Editorial Animalia.
Mora Calvo, H. (2004). Edith Stein: De lo animal en el hombre. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica.
INVESTIGACIONES
Pontificia Universidad Javeriana
Carrera Artes Escénicas
Ensamble Escrituras
Carlos Santiago Pinto Rincón
Puntos de Vista de la Escena
El ojo crítico: una travesía personal a través de las lecturas y el arte
El arte no solo se experimenta desde la creación, sino también desde la observación y el
análisis. Reflexionar sobre una obra es tanto un acto creativo como interpretativo. A
través de este ensayo, deseo compartir cómo ciertas lecturas han moldeado mi
percepción, no solo como artista escénico, sino como un ser humano en constante
búsqueda de significado. Leer y analizar textos como Cartas a un joven poeta de Rainer
Maria Rilke, A Writer’s Method de Robert McKee, Mi quiebra en Wall Street de Nelson
Freddy Padilla y Doomed Love at the Taco Stand de Hunter S. Thompson ha entrenado mi
capacidad de observación, desarrollando un ojo crítico que me permite ofrecer
retroalimentaciones más enriquecedoras y nutrirme de perspectivas diversas.

La fragilidad de la estabilidad: Mi quiebra en Wall Street
El texto de Nelson Freddy Padilla me confrontó con un aspecto de la vida que a menudo olvidamos: la ilusión de control. La historia de su protagonista, atrapado en la vorágine de un sistema financiero que prometía estabilidad pero ofrecía caos, resonó profundamente
en mí. Aunque no pertenezco al mundo de las inversiones, el relato me recordó cómo en el arte y en la vida, muchas veces nos aferramos a estructuras o caminos que creemos seguros, solo para descubrir que son ilusiones frágiles.
El paralelismo con el arte es claro. Al igual que el protagonista de Padilla, los artistas a menudo nos enfrentamos a momentos de crisis, donde lo que creíamos sólido se derrumba. Puede ser un proyecto que fracasa, una crítica devastadora, o la sensación de
que hemos perdido el rumbo. Pero esas crisis, como demuestra el texto, también son oportunidades para reconstruir desde un lugar más auténtico. La clave está en no dejarse llevar por el miedo o las soluciones apresuradas, sino en analizar con sabiduría y actuar
con intención.
La libertad del alter ego: Doomed Love at the Taco Stand
La narrativa de Hunter S. Thompson es una explosión de creatividad desenfrenada. A través de su personaje, que adopta la identidad de Johnny Depp, el autor explora la relación entre identidad, ficción y supervivencia en un mundo lleno de estereotipos. Este texto me recordó el poder de los alter egos, no solo como herramientas narrativas, sino como formas de explorar aspectos ocultos de nuestra personalidad.
Como artista escénico, a menudo recurro a personajes para expresar emociones o ideas que en mi vida cotidiana no me atrevería a revelar. La libertad que ofrece ponerse en los zapatos de otro permite una conexión más profunda con el público y con uno mismo. Pero lo que más me impactó del texto fue su mensaje sobre el propósito. El protagonista no busca un final definido; simplemente se deja llevar por su pasión y sus deseos, creando su
camino a medida que avanza. Esto me inspiró a soltar la obsesión por los resultados y enfocarme en el proceso, confiando en que el viaje es tan valioso como el destino.


El viaje hacia uno mismo: Cartas a un joven poeta
Rilke me enfrentó con la pregunta más difícil que puede hacerse un creador: ¿desde dónde estás creando? Las cartas que escribió no solo son una guía para los artistas, sino un recordatorio de que el arte genuino solo puede emerger desde un lugar de autenticidad. El autor plantea que la poesía —y por extensión cualquier forma de arte— es un reflejo honesto de nuestras experiencias, no una imitación de lo que creemos que debería ser.
Esto me llevó a examinar mi propio trabajo. Muchas veces, como artista escénico, me encontré atrapado en el deseo de complacer, buscando respuestas en las expectativas externas y olvidando mi propio origen creativo. Rilke, con su invitación a reconectarse con
los recuerdos de la niñez, me llevó a una introspección profunda. Recordé esos momentos de infancia en los que el movimiento era puro, sin necesidad de interpretación ni aprobación.
Esa lección me liberó. Aprendí que abrir las puertas de mi vulnerabilidad no es un signo de debilidad, sino la fuente más poderosa de creatividad. En el escenario, al igual que en la vida, enfrentarse a los miedos es un acto transformador. Y es ahí, en esa batalla interna, donde nacen los momentos más honestos y conmovedores.
La disciplina del creador: A Writer’s Method
Si Rilke me dio las herramientas emocionales, Robert McKee me ofreció una estructura para el caos creativo. Su enfoque práctico, especialmente el concepto del step-outline, me recordó que incluso en las disciplinas más libres como el teatro físico o la danza, la organización es esencial.
La diferencia entre un creador que lucha y uno que prospera radica en cómo aborda su proceso. Según McKee, muchos escritores (y artistas en general) caen en el error de dejarse llevar por la inspiración inicial, solo para descubrir que su obra carece de sustancia o dirección. Reflexioné sobre cómo, en mis proyectos, a veces me encontraba repitiendo patrones similares al "Struggling Writer". Comenzaba con una idea apasionante, pero al no estructurarla adecuadamente, terminaba perdiéndome en el camino.
El step-outline es un recordatorio de que la planificación no limita la creatividad; al contrario, la potencia. He aplicado este principio en mi práctica artística, escribiendo y diseñando piezas de movimiento paso a paso, analizando cada segmento y su impacto emocional antes de montarlo en el espacio escénico. Además, el énfasis de McKee en recibir retroalimentación genuina me ha llevado a valorar las críticas honestas, no como amenazas, sino como herramientas de crecimiento.

El arte de observar y crear
Estas lecturas no solo me enseñaron a analizar, sino también a cuestionar y a encontrar nuevas maneras de ver el mundo. Cada una, desde su perspectiva única, me brindó
herramientas para enriquecer mi práctica artística y mi visión crítica. Aprendí que el análisis no es solo una tarea intelectual, sino un diálogo constante entre la obra, el creador y el observador.
Cuando observo una pieza artística ahora, no solo busco lo que funciona o no funciona; trato de entender las intenciones detrás de cada elección, las emociones que evocan y los mundos que construyen. Este ejercicio no solo me ha hecho un mejor crítico, sino un mejor artista. Al entrenar mi ojo crítico, también he entrenado mi capacidad de empatizar y de conectar con los demás, tanto en el escenario como fuera de él.
El cuerpo, el ojo y la conexión
Recuerdo una vez, mientras analizaba el trabajo de un colega, que observé cómo su movimiento parecía contener toda la fuerza de una tormenta y la calma de un río. Fue un momento revelador, porque entendí que el arte, en su esencia, es una conversación entre lo visible y lo invisible, entre el cuerpo y el espíritu. Ese descubrimiento, alimentado por mis lecturas y experiencias, ha guiado mi enfoque como creador. Hoy, al cerrar los ojos y dejar que mi danza siga, me siento profundamente conectado con
ese flujo universal del que hablaba Rilke. Entiendo que ser artista es ser un puente: entre lo interno y lo externo, entre el caos y el orden, entre el cuerpo y el alma. Y es en ese puente donde encuentro mi propósito.
Inspiración final
“El cuerpo animal recuerda lo que la mente olvida: que moverse no es solo desplazarse, sino ser parte de la corriente que une a todos los seres con la tierra y el aire.” Es en esa conexión primigenia donde radica la verdad del arte y la vida. Mis lecturas y reflexiones
me han llevado a comprender que observar, analizar y crear no son actos separados, sino parte de un mismo ciclo.
Cada paso, cada error, cada comentario crítico y cada momento de inspiración nos acerca más a nuestra esencia. Al final, no se trata de llegar a una meta perfecta, sino de abrazar el proceso con honestidad, permitiendo que el arte —y la vida— nos transformen en el camino.