AUTOEVALUACIÓN
Mi viaje como artista escénico comenzó cuando tenía 11 años, durante una actuación en la clausura de mi colegio. Esa experiencia me hizo hacerme preguntas sobre lo que mi cuerpo sentía al estar «ofrendando» un mensaje en el escenario. A partir de ese momento, sentí que mi cuerpo me pedía movimiento constantemente que no podía ignorar, y comencé a entrenarlo a través de diferentes deportes, como el tenis, fútbol, baloncesto y voleibol. Sin embargo, ninguno me atrapó como lo hizo la natación.
Nadé profesionalmente durante seis años, entrenando todos los días hasta alcanzar el nivel que deseaba a nivel nacional. Aunque logré mi objetivo de ser uno de los mejores, sentía que algo seguía faltando. Me di cuenta de que, a pesar de mis logros, no era lo que quería hacer para el resto de mi vida. En un momento de impulso, decidí dejar la natación. Fue una decisión basada en la emoción, pero también en la búsqueda de algo más significativo.
Años después, descubrí el ciclismo de montaña, y me di cuenta de que lo que me atraía de los deportes no era solo la competencia, sino la consciencia que desarrollaba a través de la disciplina, el riesgo, el vértigo y la precisión corporal, estoy enamorado de esa adrenalina cuando mi cuerpo se suspende al saltar, es como romper la gravedad nadando por un segundo en el aire.
En el 2017 me enloquecí de esa sensación que quería explotarla de alguna manera que no fuera competitiva, algo diferente, algo visto como arte. Desde ese entonces decidí ingresar en la Academia Charlot, donde estudié dos semestres, un espacio donde me impulso a sumergirme en el mundo del arte.
En 2018, decidí formalizar mi pasión profesional por las Artes Escénicas. Desde el primer día, la carrera expandió mi creatividad y me llevó a explorar técnicas que no había considerado antes. Aunque mi enfoque inicial era la actuación en teatro y cine, los espacios y el programa de la universidad me abrieron los ojos a un mundo de posibilidades. La fantasía de ampliar mis horizontes corporales. Recuerdo cómo me impactaron las clases avanzadas de danza: ver esos cuerpos en movimiento, como esculturas vivas, me provocó un deseo inmediato de decir: «Yo quiero y puedo hacerlo».
En mi tercer semestre, durante las clases de Teatro Gestual con Leonardo Martínez, mi cuerpo empezó a hablarme de una manera nueva. Sentí una conexión profunda con la técnica gestual, esa forma de concientizar el cuerpo para generar el gesto, eso despertó aún más mi curiosidad por lo que la carrera me podría enseñar. Posteriormente, en mi cuarto semestre, tomé clases de la técnica López con Neva Kenny e Iván. Fue un reto enorme al principio; no comprendía lo que mi cuerpo intentaba expresar, me sentía torpe, adolorido y al principio desubicado, tanto que pensé retirar la materia pero mi inconsciente no quería y me preguntaba constantemente si estaba en el camino correcto. Y si, una técnica que me ayudo a fortalecer el cuerpo, la perfección del movimiento fluido, a comprender la belleza de la danza. A mitad del semestre, la somática me ayudó a reconectar con mi cuerpo, escuchándolo de una manera más profunda.
Luego, llegó el circo. La técnica básica de circo, con Leonardo Girón y Daniel Valderrama y Catalina Del Castillo, me cambió completamente mi enfoque como solo actor, especialmente la acrobacia. Poder suspenderme en el aire durante milésimas de segundo, retar la gravedad y ver el mundo desde una nueva perspectiva fue una experiencia que jamás olvidaré. Mi experiencia previa en natación me ayudó a adaptarme a la acrobacia, imaginando que el aire era mi nuevo «agua». Ese pensamiento me llenaba de alegría. Eventualmente, combiné acrobacia y danza en un proyecto de investigación, jugando con las cualidades del movimiento durante dos semestres.
Sin embargo, mi camino no estuvo exento de dificultades. Durante un ensayo general del ensamble «Circunstancias» en 2019, sufrí una lesión al caer mal después de un salto en el mini-tramp. Aunque la frustración fue enorme, esta experiencia me enseñó dos lecciones clave: la paciencia y la consciencia corporal. La lesión me hizo ser más consciente de la importancia de escuchar mi cuerpo en todo momento, algo que he aplicado desde entonces en todas mis prácticas artísticas. Gracias a esa experiencia un compañero de la carrera de Música me comento que tenía su tesis de grado un mes después, una obra de circo con banda sonora en vivo (circo orb), presentada en el Aula múltiple a finales del 2019, con más de 20 músicos, me pidió que si le colaboraba siendo uno de los participantes de la obra, claramente no me negué a su oferta y fue entonces cuando explote más ese nuevo sueño circense. A través de las técnicas de somática y la exploración de “Cuerpo y Nuevos Medios” y Visión Somática en la virtualidad me ha permitido aclarar mis objetivos y propósitos como artista. Eso me llevó a preguntarme, ¿qué pasó con la actuación? ¿Cómo podía integrar mis habilidades físicas y artísticas? Al hacerme esas preguntas entendí que para mi la actuación era la base para poder aprender nuevas técnicas, nuevas habilidades físicas, tomar mejores decisiones, solucionar problemas en la escena y ponerlo en acción, cuando me respondí sentí un éxtasis de identidad artística, me sentía creando un personaje permanente con cierta información que luego fueron adaptándose con más claridad durante mi carrera.
También exploré otras disciplinas, como el Soundpainting con David Moncada y Felipe Ortiz, una técnica multidisciplinaria en la que tuve la oportunidad de tocar instrumentos de percusión y ejercer la acrobacia para una obra de improvisación. Esta experiencia me inspiró a seguir creando desde el cuerpo y la música, lo que me ayudó a alimentar mi curiosidad artística.
La virtualidad, impuesta por la pandemia, también me permitió replantearme mis objetivos como artista. El teatro físico es una forma de expresión escénica que prioriza el cuerpo como medio principal de comunicación, integrando movimiento, emoción y narración más allá de las palabras. Para mí, significó un redescubrimiento: uniendo mi formación en danza y circo con mi amor por la actuación, me permitió explorar nuevas maneras de conectar con el público desde la autenticidad y la presencia. Gracias a la Técnica de Teatro físico con Fernando Montes, ese enfoque me transformó como artista al desarrollar una sensibilidad única hacia el espacio, el movimiento y la energía, llevando la creatividad a un nivel más profundo y visceral.
Hubo un momento en mi camino artístico en el que consideré cambiar mi enfoque hacia la danza. Sin embargo, mi perspectiva cambió al trabajar en el ensamble de teatro Cuentos de Muerte y Libertad de Manuel Zapata Olivella, dirigido por Jhonny Muñoz. Esta obra fue un punto de inflexión que me permitió reconectar profundamente con mi pasión por la actuación. Es interesante como ese texto exploraba temas de acción, fantasía y realidad, todos estrechamente ligados a las complejidades de nuestro país.
Durante el proceso creativo, descubrí cómo integrar toda mi experiencia previa en escena. Aprendí a narrar mientras ejecutaba acrobacias, a justificar cada acción, a construir imágenes poderosas en el espacio y, sobre todo, a escuchar. Fue un ejercicio de total entrega y conexión, donde el juego volvió a ser el eje central de mi trabajo en el escenario. Hacía mucho tiempo que no experimentaba esa sensación de libertad y autenticidad, una emoción que me impulsó a querer repetirla una y otra vez.
Participar en el ensamble Generaciones de Cristal, dirigido por Jorge Hugo Marín en 2022, fue una experiencia profundamente transformadora. Por primera vez, tuve la oportunidad de actuar con texto y explorar en profundidad la creación de un personaje, algo que había anhelado desde que inicié mi formación artística.
Al principio, me enfrenté al desafío de construir un personaje que tuviera sentido dentro del universo de la obra. No sabía por dónde empezar, y mis primeras ideas parecían desconectadas del guion. Sin embargo, poco a poco, las escenas comenzaron a proporcionarme un hilo narrativo al que aferrarme. Fue en ese proceso que logré descubrir y dar vida, de manera consciente, a mi personaje. El nivel de inmersión que alcancé fue tan profundo que incluso después de finalizada la función, me encontraba hablando y comportándome como él. Fue una experiencia que no solo fortaleció mi relación con la actuación, sino que también me mostró el poder transformador del teatro como herramienta para conectar con el público y conmigo mismo.
El ensamble Mi amigo de Cristal, un montaje de teatro gestual dirigido por Leonardo Martínez, fue una de las experiencias más significativas y memorables de mi formación artística. Este proyecto me permitió explorar y explotar mi pasión por el movimiento: bailar, reír, volar y sentir cada respiración sobre el escenario. Esos momentos encapsulaban todo lo que amo del arte escénico. Fue un proceso que demandó disciplina y creatividad. Llegaba a cada ensayo con nuevas propuestas, buscando no solo enriquecer mi propia escena, sino también aportar al trabajo colectivo de mis compañeros. Este intercambio constante nos hacía crecer como grupo y fortalecía el montaje, convirtiendo cada sesión en una fuente de aprendizaje y colaboración. Incluso después de los ensayos, nuestras conversaciones giraban en torno a cómo mejorar la obra, reflexionando y soñando con nuevas ideas. Fue una época llena de compromiso, camaradería y amor por el arte, una experiencia que marcó profundamente mi camino como artista escénico.
Para concluir, mi proceso como artista sigue evolucionando. La combinación de técnicas como la acrobacia, la danza, la actuación y la somática ha sido uno de los mayores descubrimientos de mi vida. Mi objetivo ahora es continuar nutriendo mi aprendizaje en el ámbito profesional, creando con mis compañeros y maestros, y exprimiendo cada experiencia que me rodea para seguir creciendo tanto como artista como ser humano. Esta adaptación refleja las lecciones, desafíos y triunfos que he enfrentado en mi camino como artista escénico. La conexión entre mi cuerpo, emociones y técnica es clave en mi crecimiento y mi deseo de seguir explorando este mundo.